En
muchos países del mundo los “paisajes sonoros” están cambiando:
aparecen nuevos sonidos y se multiplican con gran rapidez, ya que usamos
nuevos aparatos mecánicos y artefactos electrónicos que producen
sonidos desconocidos. Sobre todo en las ciudades grandes y medianas,
nuestros entornos sonoros son cada vez más ruidosos y la civilización
moderna nos ensordece cada vez más con nuevos ruidos.
Así
ha surgido lo que algunos investigadores llaman contaminación sonora:
un desequilibrio en un paisaje sonoro causado por sonidos intrusos o
disruptivos. En consecuencia se pueden provocar daños en la audición,
que empobrecen nuestra capacidad auditiva y la van reduciendo hasta
llegar a su pérdida total en ciertos casos. Esto ocurre en profesiones y
actividades que implican altos niveles sónicos de ruido durante largo
tiempo, como con los obreros de ciertas fábricas, o con las personas que
escuchan música a volúmenes excesivos en centros nocturnos, bares,
etcétera.
Además
de los daños fisiológicos de la audición, el exceso de ruido también
nos puede afectar psicológicamente al causarnos nerviosismo, ansiedad y
angustia. También puede provocar un estado similar al de ciertos estados
narcotizados como el que producen las drogas.
Al
escuchar volúmenes sonoros elevados algunas personas pueden crear una
dependencia de niveles sónicos muy altos. Ciertos paisajes sonoros
urbanos estimulan un mayor apetito por el ruido, como sucede en
ambientes de trabajo contaminados por el sonido, con los jóvenes que les
gusta ir a discotecas muy ruidosas, o bien con personas que viven en
calles citadinas saturadas de sonidos excesivos de coches, autobuses y
otros ruidos urbanos.
Para
algunas personas el ruido se ha convertido en símbolo de modernidad,
alegría y vitalidad, se oponen a su reducción y hasta lo usan como “arma
sónica”. Un vecino que escucha la música que le gusta a un nivel muy
alto afecta a los que vivimos cerca de él. Es común el caso de familias
que organizan una fiesta y ponen la música a un volumen tan elevado que
esa noche no dejan dormir a sus vecinos. Esto ocurre porque mucha gente
no es consciente de que el sonido puede ser dañino para la salud, tanto
física como mental y emocional. Pero así es, el sonido puede ser
contaminante y convertirse en una especie de “arma” peligrosa cuando se
le usa (consciente o inconscientemente)
sin la responsabilidad debida.
La
contaminación sonora puede ser negativa y peligrosa para las personas y
la comunidad en que vivimos, pero siempre es posible hacer algo para
remediar este problema. Podemos volver el sonido en algo positivo para
nuestras vidas si aprendemos a escuchar los sonidos que nos rodean con
mayor atención crítica, y mediante el diseño y la planeación de los
paisajes sonoros que nos rodean. Para empezar podemos plantearnos dos
preguntas: ¿Cómo podemos mejorar y embellecer nuestros paisajes sonoros?
¿Cuáles son los sonidos que queremos conservar en nuestro entorno y
cuáles modificar? Éstas son el tipo de preguntas que se hacen los que
practican la disciplina llamada Ecología acústica.
Si
los sonidos contaminan, ¿qué podemos hacer? Frente al problema
ecológico y social de la contaminación sonora, Murray Schafer opina que
es necesario aprender a escuchar, cambiar nuestros hábitos de escucha y
sensibilizar el oído hacia mundos sonoros maravillosos que nos rodean y
hemos ignorado.